Todos los meses de Agosto, cuando OrióM legisla el cielo del Ecuador, un extraño influjo aletea sobre mi paz, una fuerza extraña y contraria a mí, ataca donde soy más vulnerable y de donde brota mi fuerza: en mi corazón.
Sin llegar a perturbar nuestro amor, mi hada y yo, somos victimas de circunstancias externas, que intentan alterar nuestra felicidad.
He indagado en la vieja torre, hasta en los libros más antiguos, no hay uno que me ilumine; pregunte a cada árbol del bosque y ninguno sabe; he conjurado todos los riachuelos y manantiales, nadie me responde y todos los pájaros que cantan no me han convalecido.
Atravesé el espejo, un susurro me conto de un viejo sueño y de quien desde la penumbra, con una flauta, caminos abre y puertas encuentra.
Por eso, bajo el fulgor rojo que la luna rodea, en medio de la campiña dispongo un sueño, armado con furias retare a mi opuesto.
En verdad tomo conciencia en un típico ensueño, miro al horizonte donde el escenario es un velo. Tras la luminosidad un flautista sentado inicia su encantamiento.
Salgo corriendo mientras me trasfiguro en serpiente. Arremeto contra su cuello mientras me salgo del sueño, cambia el paisaje, estoy en su cuerpo. Me transformo en águila arpía, fracturo su cráneo sin triturar su cerebro, despliego mis alas surcamos el tiempo.
Al descender en mi nido lo mutilan los polluelos, tomo su cabeza, a sus oídos cuchicheo:
- ¡Despierta!
- Sí vuelves a vulnerar mi reino, ¡ya no haz de despertar!
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