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(cuento) EL AMOR Y EL DIABLO



Sombra siniestra transita la tierra
es el brujo de la vieja comarca,
penetra al bosque por un filo de la quebrada,
hay aquí tantos árboles pero ni un pájaro canta.

Por fin llega al centro, a un anillo de sauces
aquel que custodia al abeto renuente.

Escupe a tierra y furioso le increpa:
-          Tú, hijo de  céfiro escucha mi queja
-          hijo del mal, equivoco de la burla
-          tú que nunca concebiste el camino,
-          depravado falso que creces torcido,
-          ábreme la puerta.
-          La savia, la vida devuélvele a la tierra
-          origina un vacío en la esfera.

Al instante, sobre el tendido tronco
un ancestro recuerdo se sienta,
escarlatas brillan dos cuernos en su cabeza
elegante cruza, de cabra las piernas,
resplandece su rostro y su voz encanta
sus ojos curiosos se encienden en llamas.

El pobre viejo sucumbe y quebranta
se postra y en llanto reza una infamia.

Todas las tardes de sol muerto
recibe el místico la presencia extraña
¡hasta que el plazo se cumpla!
y ya pronto el tiempo se acaba,
mañana se llevará su alma.

Se van las horas,
como en un cajón de madera el agua,
mira el infortunado crepúsculo
mil sombras devoran su carne.
Un grito, un ruego:
tres días de alba
regatea el brujo por cien años de sumisión
Concedido , desdeña el demontre desde la estrella de la mañana,
mientras se escucha en la calma:
“Todo en esta vida se paga”.

Se apresura el anciano a refugiarse en su casa
encorvado, cansado, cien años arrastra.
dos ojos grandes negros de cabellera larga
besos y brazos tiernos, una niña lo abraza;
hace quince años al bosque fue abandonada
el hechicero más sagaz que la muerte
fue más rápido en hallarla,
hoy es ella su única alegría
y su único dolor.

La noche se rompe en sombras que danzan
sombras inertes cobran vida tras las llamas que cantan
en una esquina la niña
con sus duendes y hadas
tras mil cobijas escondida
atisba los hechizos  que el viejo canta.

El brujo embruja, convoca, conjura hasta que el llanto su voz apaga.
De la chamiza se abre paso, un pie, un brazo, la cabeza, es la bruja de la montaña
La pequeña escucha del silencio los secretos que ellos hablan
la bruja recibe un cofre, es el pago por cuidarla.

La niña amanece en los árboles
sorprende a los sauces y al alba,
el abeto la mira y llora:
¿Qué tu haces?, niña no corrompas tu sangre.

La chica lo conjura y aquel es portento aparece
se ufana de ver su naturaleza débil y casta
le muestra su poder y la fuerza de su aliento
la niña se quema, de su interior se inflama
más vence al dolor su misión la llama
-          Trato, grita agonizante, mi vida por el alma de quien me ama.
El diablo se encoleriza, se confunde, no halla palabras:
-          ¿Cómo?
-          Atrevida, ¿como hozas?
-          ¿qué? ¿no entiendes quien te habla?
-          Di pues, ¿dime por quien te matas?

Por mi padre, el brujo de la comarca,  expira la chiquilla consumiéndose como carbón

Los ojos del demonio se salen de ira, su propio fuego casi se apaga
-          ¿Qué?, ese mentiroso, ¿Cómo te oculto?
La pequeña  grita desgarrando al aire:
-          yo lo amo, yo lo amo

Todo se suspende en una calma profunda
una brisa suave apaga su carne
de la hierva sube un roció vivificante
pertinaz llovizna le trae sanidad, el dolor se esfuma.

Junto a ella un joven de los hombros la levanta
la reposa en el abeto que con dulzura apaga
sonríe tiernamente y todo el lugar se es pasma
señala al diablo y con su voz lo traspasa
-          Tú, eres un murmullo, un suspiro que se espanta
-          no tienes la edad del agua, de mi tierra, de aquí nada
-          eres hijo del poder y como tu padre buscas alabanza
-          yo llenaré tu lugar, el que ocupaste en esta afligida comarca
-          ya nadie te va ha recordar
-          aquí no eres nada.

Hoy en día, cien años después, en una vieja choza del valle olvidada, un anciano que cura con plantas, vive al cuidado de su hija de belleza extraña y los dos les hablan del amor, a todo aquel que por allí pasa.



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