Su terno percudido, acartonado. Luce horrendo y hace juego con las personas que llegan a su ventanilla. Pasan en columna las horas, los soles, las lluvias, entre formularios y teclas. Entre nombres y números de cédula. Un sello sin tinta marca el compás de su película. Cada tarde, al alba, sale de su oscuridad, contando centavos para reunir un vino, una cerveza o simplemente un café. E n su habitual mesa, libera la mente y acomoda una colección de notitas amarillas, moradas, blancas; que surgieron al apuro durante el día. Son muchas más, cuando ya no tiene dinero para almorzar. Llega a su cama radiante, feliz, consumado; cuando ha logrado un poema, un cuento o un escrito que lo conmueva. Esta es su vida, saciar la terrible urgencia por escribir, parece que siempre fue así. Cinco años de lo mismo han destruido su recuerdo, su pasado. Todos saben que él viene de otro lugar, un estado constante de inspiración, el cual le cuesta ca