Era mía, era de ella,
la robusta sinfonía
que movía las estrellas;
era nuestra,
estaba viva.
Reptilmente apareció,
la turba,
el desengaño,
la obligación
y aquella canción dejó de sonar.
Aquel coctel delicioso y vibrante
de glándulas esperanzas,
de sueños y transformación,
murió.
Mil veces atravesé esa esquina,
pero está vez no tomé el autobús,
permanecí indiferente
y el camino se llenó de bríos,
mil soles desconocidos
y un millar de lunas complacientes;
conocí un verdadero amor,
conocí la soledad
de bocas sabor izadas
de muslos sin cadenas;
fuente de inspiración y escape de las tormentas.
Amaru castelA.
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