Amelia una chiquilla quiteña, tubo la oportunidad de viajar a una pequeña comunidad quichua del Chimborazo, la niña que tenía 13 años accedió apresurada a inscribirse en un grupo de voluntarios.
Todo transcurría muy lento allí, se despertaban a las 5 de la mañana y a las 6 de la tarde ya estaban empezando a dormir, no había agua potable, ni luz eléctrica, tampoco baños, todo era sembrar, cosechar, ordeñar, cuidar animales; y hacia mucho frio.
Una noche en la chamiza en medio de la choza donde todos dormían alguien se acerco a ella, era Joaquín un niño indígena, la miro fijamente y sonriendo le pregunto por qué ella no se quejaba tanto como los demás, La niña respondió que allí era más feliz que en la ciudad.
- ¿por qué?, le volvió a preguntar
- aquí no hay nada, nada que sea divertido.
Amelia admirada le respondió:
- donde yo vivo casi no existo,
- nadie me habla y todos me miran feo.
- Ves tengo tanto acné, le decía mientras señalaba su rostro.
Al amanecer, Joaquín llevo a la niña a la montaña, a una choza que parecía de enanos, estaba enterrada en la tierra y solo se veía el techo de paja, de la choza salió un anciano muy pequeño y encorvado.
- Abuelo, le grito Joaquín corriendo a abrazarlo.
Luego de que los dos hablaran por unos momentos en quichua el anciano se acerco a Amelia, hizo que se sentara en mucha lana y empezó a hablarle:
“Dicen los abuelos que al inicio todo era vacío, no había nada. Solamente Atsil y Sami. Los dos grandes espíritus que Vivian juntos. No había nadie más que ellos. Ni el cielo ni el sol ni la tierra.
Atsil y Sami se unieron como marido y mujer y Sami-Mama quedó embarazada. Así nacieron los Aya (espíritus vitales), los Duendes (seres pequeños dueños del oro, la plata y otros minerales que viven dentro de la tierra) y Pacha-Mama (Madre tiempo, madre mundo, madre naturaleza, madre universal).
Cuando Pacha-Mama nacía, Atsil sopló e hizo sonar su churu y empezó a amanecer. Pacha-Mama creció, se convirtió en una mujer y su vientre empezó a crecer porque ella nació embarazada.
Atsil y Sami se unieron como marido y mujer y Sami-Mama quedó embarazada. Así nacieron los Aya (espíritus vitales), los Duendes (seres pequeños dueños del oro, la plata y otros minerales que viven dentro de la tierra) y Pacha-Mama (Madre tiempo, madre mundo, madre naturaleza, madre universal).
Cuando Pacha-Mama nacía, Atsil sopló e hizo sonar su churu y empezó a amanecer. Pacha-Mama creció, se convirtió en una mujer y su vientre empezó a crecer porque ella nació embarazada.
Cuando llegó el momento de nacer, de su vientre salió el agua y en medio del cielo lleno de rayos y truenos nacieron el sol, la luna, las estrellas, las piedras, la tierra, el fuego, los cerros, el huracán, las plantas, los animales, el arco iris, el viento, el hombre, la mujer y todo lo que existe.
Y como todo nació del mismo vientre todos eran hermanos y Todo lo que Pacha-Mama había parido estaba vivo.
Los runas se dispersaron; convivían y respetaban a todos los seres hasta que luego de muchos años se olvidaron de su origen y se embelesaron en su orgullo.
Los runas se dispersaron; convivían y respetaban a todos los seres hasta que luego de muchos años se olvidaron de su origen y se embelesaron en su orgullo.
Pensando que eran los únicos que hablaban, pensaban y sentían; devoraban todo lo que podían y mataban miles de animales cada día.
Todos los ayas de la tierra se enojaron y repudiaron al hombre y lo castigaron haciendo que las sustancias de la carne y sangre de los animales devorados corrompan la propia carne y sangre de los hombres, brotando como granos.
La cantidad que cada hombre y mujer lleva representa su inconciencia y lasciva, por lo que aparecen en la adolescencia cuando se es más impulsivo”.
Transcurrieron las vacaciones y Amelia visitaba a diario al abuelo, aprendió a respetar a todos los seres a los “vivos e inertes”, cambio su alimentación por comida macrobiótica para dejar de comer animales y cuando regreso ya ni recordaba como son los granos del acné.
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