Ir al contenido principal

cuento. EL HOSTAL RUMIÑAHUI


En la refulgente ciudad de Quito, de todo el mundo la ciudad donde cae el sol perpendicular, también hay lugares oscuros, de energía muerta.
Me tocó vivir en uno, tal vez por el hecho que esta cerca de una quebrada rellena, tal vez por la construcción de la casa o por eventos nefastos que ocurrieron en el pasado, este sitio, en la calle Montufar, entre Espejo y Junin. Tiene una historia extraña.
Mi madre tubo la oportunidad de administrar el antiguo hostal RUMIÑAHUI.
Desde la calle Montufar se observa una casa de dos pisos, común para el paisaje del Centro Histórico, pero la casa se compone de dos edificios, el más moderno hasta atrás, cuatro pisos de habitaciones y al frente la edificación antigua, de cinco pisos de cuartos distribuidos alrededor de un patio cuadrado.
Toda mi familia vivía en el piso más alto de la construcción antigua. También habitaba la casa durante el día una mujer mayor, que pasaba planchando todo el día, en realidad realizaba varias actividades, arreglaba, limpiaba, lavaba, pero yo siempre la vi planchando. Lastimosamente murió, un día ya no vino a trabajar.
La casa era oscura, la luz del día no llegaba hasta abajo, al patio, sólo alumbraba hasta los barrotes de madera de los corredores del tercer piso.
Cierta tarde mientras realizaba tareas universitarias con un amigo,  al hacernos demasiado tarde y por la peligrosidad del vecindario,  decidió quedarse a dormir y así invertir más tiempo al estudio.
A exceso de cuartos ya que teníamos todas las habitaciones a disposición, mi amigo eligió quedarse en el piso más bajo, yo casi nunca bajaba hasta allí, pero respete su escepticismo.
Al siguiente día al ir a despertarlo lo halle pálido y tembloroso, quiso subir de inmediato a desayunar, entonces me contó.
Nos retiramos muy tarde a dormir, 2h00 de la madrugada por lo que lanzó su ropa por cualquier parte del cuarto debido al cansancio, se recostó cobijándose sólo con la colcha.
En la oscuridad más absoluta se despertó, por que escuchó crujir la madera del piso, por el pasillo, acercándose, luego escuchó crujir las puertas, cuarto por cuarto, acercándose al suyo. Todo quedó en un silencio abismal, oía un silbido en sus oídos. Oyó la puerta del closet correrse, la parte de cobijas, en su cama, sobre la que él no estaba se levantaron cubriéndolo. Me dijo que se quedó quieto,  cubrió su rostro con la almohada para no ver nada, y así amaneció entre angustia y miedo, sintiendo una presencia, en la silla junto a la cama.
Sonó la alarma de su reloj a las siete de la mañana y se atrevió a levantarse y prender la luz, sólo para ver que toda su ropa se hallaba perfectamente doblada en la silla junto a su cama.
Los cuartos de la última planta eran también oscuros, cubiertos de un extravagante papel tapiz verde, brillaban en las tardes o cuando llovía. Hacia la calle una sala comedor grande y las recámaras principales, dejaban aislada a la cocina y una habitación hasta el fondo del pasillo, hacia la salida trasera de la casa vieja. Nunca frecuentaba la cocina ni dicha habitación.
Llegó el fin de año y su cena, mis hermanas y cuñados llegaron, todo el hostal estuvo lleno. En mi familia nadie bebé, así que muy temprano luego de quemar al "año viejo" y la cena, todos fueron a descansar y a mi me tocó la habitación junto a la cocina.
Paso la media noche y en esa habitación no se escuchaba nada, ni las camaretas, ni fuegos artificiales, ningún campanaso de las iglesias, yo me encontraba tocando la guitarra cuando tres golpes crudos en la puerta me paralizaron, recorría un escalofrío mi espalda, pero no hice caso, como si no escuche nada. Prendí la radio, pasaron tres minutos y golpearon, nuevamente tres golpes secos. Me levante con la guitarra en la mano, abrí la puerta y un viento frío paso por mi delante, se perdió en el oscuro pasillo hacia los dormitorios principales, regrese a ver a la puerta trasera, estaba tan oscuro que no veía si estaba abierta, fui hacia ella y al tratar de asegurarla vi por el vidrio catedral que tenía, una sombra que flotaba en las gradas. Corrí a la sala, abrí una botella de vino y salí a fumar al balcón. Amanecí en un sillón con todas las luces encendidas y el equipo de sonido a todo volumen.
Al siguiente día pregunte a ver sí alguien me explicaba.
Mi hermano dijo:
- lo que viste no era la Juanita, ella cuida y hasta te arregla la ropa.
Mi madre, distraída respondió:
- cuando llegamos nos advirtieron que en el cuarto 106, oían gritos y les jalaban el pelo a los huéspedes. Alguien se había muerto, decían. Pero ya bendecimos, y el alma bendita de la Juanita cuida y no sube del segundo piso.
Pero hay una fuerza maligna, !Dios mío que pasaría!, estas casas son tan viejas, en la esquina vivía Manuelita Saens, ?sabias hijo?
Me miraba mientras yo insistía:
- pero que pasa con esa fuerza maligna?
Respondió:
- a nada, pero no te le acerques, que es mala.
Sin entender la explicación de mis parientes trataba de reducir mi estadía a mi habitación a la sala y el menor tiempo posible pasaba en casa.
Llegó una noche en la que todos salieron, habían ido al velorio de alguien y no me avisaron. El recepcionista cerro las puertas y se acomodo para descansar, llamó a avisarme y así supe que estaba sólo. Aún no cenaba, así que fui a la cocina, asegure la puerta de atrás, los dormitorios y bandeja en mano lleve mi cena a la habitación.
Vi una sombra cruzar en mi cuarto,  la luz se hizo blanca muy blanca y creó que me marie por que vi las paredes moverse, ya no eran verdes, tenían un color blancuzco arenoso. El estruendo de la bandeja, platos y cubiertos en el suelo me rescató, reaccione y recorrí con la vista el cuarto. En una pequeña mesa redonda se hallaba sentada una figura negra, pesada, como un animal en cunclillas. Me paralice, me engarrote mientras me miraba, levantó su brazo y me apuntó con su garra. Junto a eso, en el espejo de pared me vi y detrás de mi un sol andino de plata, gire mi cuerpo con las últimas fuerzas, tome el sol y se lo lancé. Salí corriendo a la recepción.
Desperté luego en una clínica, mi familia se mudó del hostal por mí, sólo mi madre y un hermano iban a trabajar allí, pero hasta hoy en día, hay ocasiones en que despierto a la madrugada sin poder moverme, no lo veo pero siento esa sombra respirandome en la cara.

Comentarios

Entradas populares de este blog

FEMINICIDIO

Más que un escarmiento esto es una inhumación, un rosario de tragedias y ruegos que han podrido  tú alma.  Siento tus dientes fracturar mi mandíbula, la saliva sangiinea de una traquea triturada, falanges primates en mecánica involución, se esconden en conceptos la falacia de tú  amor, de tú necesidad baja de reproducir. Perpetro incontenible en las falditas, en las muñecas, en la ropa de escaparate que tú mismo me diste, por la que me sentencias, con la que ahogas mi vida mientras de lejos retimbran ecos de mi risa niña preparando la víctima para la expiación. Siento tú instinto fósil moverse sobre la tierra, entre mis viceras. Con codicia espeluznante, pala a pala con odio atormentado, con venganza por los besos, por los momentos irreales. Con tu amor en la boca pastosa y mortesina, con tus golpes, con tus insultos siento tu medio centímetro de poder aplastandome. La bulla lejana, el comentario morboso, escandalo y duda, mi nombre sin mí.  Siento la pena compartida, la culpa injusta,

MALEVA

Iré llorando a la guaca con el luto en las manos iré como arcilla al río con mi corazón destrozado. Volveré a la turba añil volveré de verdes collados a ser el pájaro de abril que muere en cielos vedados. Seré tierra negra de páramo seré lucerna fría de invierno que al mar eterno reclamo tras la gris cortina del averno. Iré llorando a tus ojos una sola vez diré te amo y así nunca más llamaré tu nombre que se extravió.

Las montañas

Las Montañas.  Cuando muera no me iré, me quedaré en las montañas donde tu mirada me busque,  en el ladrar de los perros,  en la cangagua,  en los ojos puros y sonrisas sin maldad. Busca mi alma si me extrañas,  allá lejos en las montañas,  por los caminos de lodo y las gradas de quebradas,  en cachorros con frío y en los niños del cerro.  Con los Apus me voy a quedar,  a oír sus leyendas y escuchar su sabiduría,  oliendo los eucaliptos y las ortigas  que nunca pude diferenciar. Caminaré con él caminante, impulsaré su bastón de palo y suavizaré su paso. Acumularé las penas para bajarlas al río  y llegaré donde dormida talvez en mi sueñes, talvez me recuerdes y cuidaré tu sueño. Amaru castelA.