La
luz extingue el único camino hacia tus ojos,
se
apaga en un ahogo,
inunda
las lágrimas con tu recuerdo.
Sofoca
profusa el pávido que se hunde, al profundo abismo de la angustia sin tú amor.
Dolor
que humea anunciando el fin.
Se
descubre entre ondinas que emergen del sino y las náyades que resbalan de la
pared,
tras
corales y espinas del piso,
marinas
y ocultas, tras las cortinas del “nunca fue”.
Traslúcidas
ciudades,
destruidas
como nuestro amor, de otro tiempo, de otra humanidad, del “nunca ocurrió”.
Y
tan solo ayer todo era resplandor, alegría y placer,
la
calma confiada nunca nube prever quiso, ni martirizarse pudo con ninguna dura premonición.
Amarte
en tiempos de pandemia, conocerte en el fin del mundo, acariciarte sin poder
tocar,
besarte
solo en sueños, sin quitarte la mascarilla…
Las
calles cubiertas de rosas, los ríos cubiertos de cruces, el aire cubierto de
ti, todos encerrados y el temor, las ganas y el dolor.
Me
gusta mirar tu cabello cascada sobre el cuello y espalda, sobre tus hombros y
senos, tu noche cabello.
La
curva en tu sonrisa, mí boca en tú cintura recorriendo tus costillas, el borde
de guitarra.
Los
gemidos y en tu frente, tus cejas erizadas, fruncidas,
mejillas
hinchadas y tu boca hiriente, la locura, la angustia, tus ojos, tu mirada de
grito, sin retorno, tú boca mal cerrada, solo tú boca tras la máscara. Careta
blanca.
Y
tus labios ardientes con movimiento pujante,
piernas
atrapadas contra un mueble,
lobos en la quebrada,
el
fuego que desprendes e incinera los bosques,
cadencia
y constancia,
tus
torneadas poses, tú derrier, tú espalda.
Te
mueves como serpiente, que estrangula y atrapa, cada vez más adentro, cada vez
más fuerte, en la muerte, que exhala un universo, que encaja
y
desencaja,
cada
vez soy más tuyo, cada vez estoy más dentro, y somos uno en la esfera, en el vació
que se desparrama;
una
energía, una sola alma.
En
un universo que nunca fue, que no tiene tiempo porque nace ahora en el final,
dónde no ocurrirá.
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