Ir al contenido principal

Entradas

Poema 13. AMOR EN PANDEMIA.

    La luz extingue el único camino hacia tus ojos, se apaga en un ahogo, inunda las lágrimas con tu recuerdo.   Sofoca profusa el pávido que se hunde, al profundo abismo de la angustia sin tú amor. Dolor que humea anunciando el fin.   Se descubre entre ondinas que emergen del sino y las náyades que resbalan de la pared, tras corales y espinas del piso, marinas y ocultas, tras las cortinas del “nunca fue”.   Traslúcidas ciudades, destruidas como nuestro amor, de otro tiempo, de otra humanidad, del “nunca ocurrió”.   Y tan solo ayer todo era resplandor, alegría y placer, la calma confiada nunca nube prever quiso, ni martirizarse   pudo con ninguna dura premonición.   Amarte en tiempos de pandemia, conocerte en el fin del mundo, acariciarte sin poder tocar, besarte solo en sueños, sin quitarte la mascarilla…   Las calles cubiertas de rosas, los ríos cubiertos de cruces, el aire cubierto de ti, todos encerrados y el temor, las ganas y el dolor.

Derrota!

Perdemos de pie, sin quejas, sin reproches, asumimos la derrota como el día en que se oscureció la noche,  cómo la tierra cuando llegó el dolor,  cómo la raza que sucumbió al terror y lo expandió al mundo. A levantar la cabeza, elevar los puños. Peleamos con dignidad y perdimos con honor, peliamos hasta el final, sin cobardía, sin retroceder, sin rendirnos. Ahora vuelve el tiempo en que para llamarse revolución deberemos pelear en la calle  cada mendrugo de pan,  cada noche de sueño,  cada minuto de paz,  se defenderá la vida, el agua, la tierra, el mañana,  con sangre negra en el rojo pavimento, con humo naranja en el azul cielo, con lágrimas madres en los hijos muertos,  con deudas lápidas  en la cárcel  y el despojo. Se termina la calma, volverán la ruina, el esclavo, caminando maniatado a su sueldo de miseria. No nos sintamos derrotados, volvemos a la guerra,  al combate, a la trinchera, dónde nadie se confunde ni piensen que son lo que no eran. Volvamos hacer revolución. Amaru cas

mis horas oscuras

Olvide el lugar que ocupo, confundí mi refugio y cambie mi soledad por efigies traslúcida que soñé estaban junto a mi.  Mis horas oscuras, de dolor y angustia, vuelvo a saborearlas y a sentir su opresión, ya sin las cadenas que me hincaban el alma.  Respire por segundos pero ha sido suficiente, pretendí alivio pero ya terminó, vuelvo al claustro, al exilio, con recuerdos vibrantes de lo que no pudo ser, de lo que nunca será.  Un lamento es innecesario, un remordimiento no tiene sentido, un grito, un llanto, ya para que.  Un grito al casi, casi te beso, casi me salvo, casi no muero, casi pierdo mi perdición. El cálido frío vuelve a abrigarme, la soledad y el vacío otra vez me confortan desde adentro. Es más intenso el frío cuando se enciende desde el interior. Amaru castelA.
  QUITO EN AGONIA   Amaru castelA.   Todas las almas de la ciudad de Quito han sido condenadas, ninguna puede trascender ni liberarse de los límites físicos de la ciudad. Yo, he deambulado penosamente luego de mi muerte; no recuerdo como morí; solo sé que no estoy en el cielo ni en el infierno.   Las almas no hablan, los muertos son ásperos y renuentes. En mi sucumbir encontré a un célebre residente, intangible de Quito, en las celdas del convento de San Diego, oyendo un susurro vibrante que me hincaba en el oído, al Padre Almeida quien me condujo al atrio de San Francisco y por un agujero abierto en una antigua pileta me hizo traspasar a otro tiempo… Un indio agonizante, sudoroso. Se levanta del cúmulo tembloroso que conforma su poncho sobre él recién terminado atrio. Toma en sus manos un cincel y su viejo martillo. Cubre con su poncho rojo una piedra rectangular en la cual labra. Desesperado mira hacia “El Dorado”, Al oriente. Está a punto de amanecer. Bruscamen