Una llovizna triste y aburrida enfría su piel pálida que resplandece con la lumbre que enciende su cigarrillo.
Arrimado a las rejas de la pequeña tienda de barrio, oculta su mano con el cerillo del viento, un fuerte golpe lo azota hacia afuera y su nariz queda justo en el cañón de una pistola glob.
Con el mismo movimiento que lo ataco, su mano queda en la mandíbula del atacante, empujando, tronando , fracturando su cráneo contra el metal de la esquina de la puerta.
Una dulce bocanada de humo, tras una sonrisa, su dedo va a sus labios en señal de silencio, mientras mira fijamente a la dependiente de la tienda.
Antes de irse arroja una moneda sobre la víctima.
Al día siguiente muy en la mañana
un agente de la policía impone sobre los ojos de la tenderá una foto.
un agente de la policía impone sobre los ojos de la tenderá una foto.
- ha visto a esta joven señora?
- no, nunca lo he visto.
- pero ? cómo no va ha verlo? es el cadáver que levantamos ayer de aquí.
- ha, si lo he visto, entonces.
- pero tenía pelo largo y un abrigo negro.
- pero tenía pelo largo y un abrigo negro.
- qué? pero mire bien la foto.
- no , no , ese esta pelado y usa gorra.
- el que estaba ayer era alto, tenía botas, no es ese.
- el que estaba ayer era alto, tenía botas, no es ese.
-haber señora, este es el pobre que mataron, yo mismo levante el cadáver.
- ha, cuando ese le apuntó para robarle, le hizo quite la pistola y le reventó la cabeza contra el filo de la puerta.
- después se agachó, algo le dijo y le lanzó un centavo.
- después se agachó, algo le dijo y le lanzó un centavo.
Llega la tarde en un despacho de la policía, alrededor del escritorio del agente Palacios, esperan cuatro personajes con semblante de ilustres.
Llega el agente.
- buenas señores, en que puedo servirles?
- soy el excoronel Amaguaña, soy investigador privado. Los señores Al-Juri me han contratado para hallar al asesino de su familiar.
-yo no recuerdo tener el caso.
- no, no, por supuesto, estamos aquí por el asesinato de ayer. El que es su caso.
- pero ustedes comprenderán, esa información es confidencial.
Cuatro bloques de dólares caen en un sólo golpe sobre la formica del escritorio.
El agente Palacios sonríe, se agacha, se encorva. Guarda el dinero en el primer cajón del escritorio que puede abrir y les entrega una carpeta que aún huele a cartón nuevo.
El agente Palacios sonríe, se agacha, se encorva. Guarda el dinero en el primer cajón del escritorio que puede abrir y les entrega una carpeta que aún huele a cartón nuevo.
La oscuridad es tupida, parece cuajar la luz que no alumbra a mucha distancia. En el sector de la Marin se acaban se escuchar once campanazos que marcan las once de la noche.
Agazapados, sentados estratégicamente cuatro hombres corpulentos, controlan su ansiedad. Han visto que por la calle Chile desciende su víctima, un chico delgado, como liebre que se acerca a los lobos.
Se abalanzan y caen, uno a uno tras la detonación de cuatro disparos, luego se escucha tintinear cuatro monedas sobre el asfalto.
De improviso, de todas direcciones alumbra la luz de reflectores. De autos, de motos, de un helicóptero, varios disparos suenan mientras el joven liebre corre hacia San Marcos.
Los perseguidores lo pierden pero luego las radios informan que lo han acorralado en un departamento.
Ingresan a un pequeño cuarto donde yace muerto, los policías, los agentes, los Al-Juri. Un cuarto extraño, 27 velas encendidas, dirá luego el parte, se hallaron 81 cristales de cuarzo, a manera de collares, colgados en las paredes decoradas con arcaicas pinturas.
El mayor de los Al-Juri, no soporta más, se desploma en una cama.
- aqui, aquí, acaba el alma de mi nieto.
- todo era cierto, todo lo que nos dijo el otro maldito.
-en cual cristal estará atrapada el alma de mi nietito.
- todo era cierto, todo lo que nos dijo el otro maldito.
-en cual cristal estará atrapada el alma de mi nietito.
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