Lloran las aguas desiertas en su cuadrado de sogas paralelas, llora la lluvia por no ser dueña de su destino.
Llora el tiempo inclemente que extiende el acero sin poderlo retroceder.
Lloran el Sol y Sirio, que no pueden dejar de iluminar.
Con el arma entre mis dedos, sin misericordia por el veneno, lloran la vida y el destino que no me saben sujetar, nunca he sido obediente y en el último momento, encuentro siempre una opción que nadie más tomaría. Pero es mía es mi decisión.
Nada me causa pena y niego cualquier condena, solo el dolor amedrenta un poco mi huida. Cobardia, inseguridad, tal vez, día a día, el cadalso tortuoso fue mi jardin primaveral y la deliciosa muerte me la serviría a sorbos con el viento fuerte y la oscuridad en los ojos.
Amaru castelA.
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