Ir al contenido principal

Quito frio y del desamparo

Quito frío y del desamparo
¡me matas!
Yo te enfermo, te infecto, te apesto.
Claman los cabildos archibaldos, dolosos de lagaña, mal encarados, perversos, ineptos:
-Actuemos por bien, olvidemos las ideologías.
Cuándo la voz sensata ha tomado mesa?
Cuándo la cama tibia ha tomado consciencia?
Junto al niño callejero corre el perro invisible para que no lo pateen.
En la fila de emergencias no se atiende sin cédula.
Bajo la luz del smartfone chilla la rueda y aulla el atropellado sin importancia.
El hambriento pide pero no habla ni reclama, camina a la sed y la lluvia lo consume.
Se rompe tu pavimento negro Quito hambriento amasando sangre y almas con piedras que nunca han tenido religión ni ley, ni vida.
Comes a la sombra de los Apus destrozando tus víctimas entre los dientes.
Amaru castelA.

Comentarios

Entradas populares de este blog

FEMINICIDIO

Más que un escarmiento esto es una inhumación, un rosario de tragedias y ruegos que han podrido  tú alma.  Siento tus dientes fracturar mi mandíbula, la saliva sangiinea de una traquea triturada, falanges primates en mecánica involución, se esconden en conceptos la falacia de tú  amor, de tú necesidad baja de reproducir. Perpetro incontenible en las falditas, en las muñecas, en la ropa de escaparate que tú mismo me diste, por la que me sentencias, con la que ahogas mi vida mientras de lejos retimbran ecos de mi risa niña preparando la víctima para la expiación. Siento tú instinto fósil moverse sobre la tierra, entre mis viceras. Con codicia espeluznante, pala a pala con odio atormentado, con venganza por los besos, por los momentos irreales. Con tu amor en la boca pastosa y mortesina, con tus golpes, con tus insultos siento tu medio centímetro de poder aplastandome. La bulla lejana, el comentario morboso, escandalo y duda, mi nombre sin mí.  Siento la pena compartida, la culpa injusta,

LA LUNA DE LAS LUCIERNAGAS

Su terno percudido, acartonado. Luce horrendo y hace juego con las personas que llegan a su ventanilla. Pasan en columna las horas, los soles, las lluvias, entre formularios y teclas. Entre nombres y números de cédula. Un sello sin tinta marca el compás de su película. Cada tarde, al alba, sale de su oscuridad, contando centavos para reunir un vino, una cerveza o simplemente un café. E n su habitual mesa, libera la mente y acomoda una colección de notitas amarillas, moradas, blancas; que surgieron al apuro durante el día. Son muchas más, cuando ya no tiene dinero para almorzar. Llega a su cama radiante, feliz, consumado; cuando ha logrado un poema, un cuento o un escrito que lo conmueva. Esta es su vida, saciar la terrible urgencia por escribir, parece que siempre fue así. Cinco años de lo mismo han destruido su recuerdo, su pasado. Todos saben que él viene de otro lugar, un estado constante de inspiración, el cual le cuesta ca
  QUITO EN AGONIA   Amaru castelA.   Todas las almas de la ciudad de Quito han sido condenadas, ninguna puede trascender ni liberarse de los límites físicos de la ciudad. Yo, he deambulado penosamente luego de mi muerte; no recuerdo como morí; solo sé que no estoy en el cielo ni en el infierno.   Las almas no hablan, los muertos son ásperos y renuentes. En mi sucumbir encontré a un célebre residente, intangible de Quito, en las celdas del convento de San Diego, oyendo un susurro vibrante que me hincaba en el oído, al Padre Almeida quien me condujo al atrio de San Francisco y por un agujero abierto en una antigua pileta me hizo traspasar a otro tiempo… Un indio agonizante, sudoroso. Se levanta del cúmulo tembloroso que conforma su poncho sobre él recién terminado atrio. Toma en sus manos un cincel y su viejo martillo. Cubre con su poncho rojo una piedra rectangular en la cual labra. Desesperado mira hacia “El Dorado”, Al oriente. Está a punto de amanecer. Bruscamen